A lo largo de 30 años de bipartidismo de facto (ARENA-FMLN, lo que es una seria e imperdonable paradoja político-ideológica) el país tuvo como único referente de las gestiones gubernamentales el hacerle la venia al neoliberalismo y, con ello, traicionar las ilusiones del pueblo. Por tal razón, la percepción de que la situación económica desmejoró, sostenidamente, se apoderó del imaginario colectivo y, así, la desilusión y el desencanto alzaron la voz y se tomaron por asalto las urnas. La ciudadanía mostraba -desde las elecciones de 2014, que debieron haber sido la bendición de la ilusión popular- gestos concluyentes del colapso de su paciencia frente a la pobreza, corrupción, violencia, impunidad, promoción de la desigualdad social extrema y exclusión social deliberada.
Al respecto, parto de la idea de que la desilusión y desencanto que se convirtieron en indignación popular, son el purgatorio en el que se juntan las realidades de penuria, tales como: el impacto de la inseguridad consuetudinaria que convirtió al país en uno de los territorios más violentos del mundo; la corrupción tan galopante como bicentenaria; y la impunidad de los políticos corruptos y de los empresarios evasores. Precisamente, denunciar la corrupción con el pegajoso lema “devuelvan lo robado” fue la bandera con la que Nayib Bukele logró organizar la indignación colectiva en torno al partido Nuevas Ideas, lo que resultó aún más fácil debido al desprestigio permanente de los funcionarios –sobre todo de los diputados- de los gobiernos anteriores a 2019, que es cuando se da una ruptura. Así, ese lema se redactó como una estrategia político-electoral bien vista en el imaginario de la población.
En las elecciones de 2021, Nuevas Ideas obtuvo una victoria histórica que -por ser tan apabullante como inédita- se convirtieron, sin sorpresas, en las primeras Elecciones de Extinción Masiva en América Latina, ya que, al lograr unos 56 diputados, condenó a la intrascendencia a los otros partidos, y llevó a Bukele a otro nivel de liderazgo al ser puesto, por la misma oposición, como el candidato principal y nacional. Ante a ese agresivo triunfo, la pregunta es ¿qué hizo Nayib para ganarse un apoyo y popularidad casi indiscutible entre la población y cambiar de golpe el mapa político y de afiliación partidaria? Obviamente, la respuesta está –más allá del liderazgo carismático- en la indignación extrema de la población con los partidos tradicionales y, así, se ha dado en los últimos dos años una migración electoral sin precedentes que trastocó la otrora inamovible distribución electoral en los territorios, puesta e impuesta por los partidos políticos hoy en decadencia.
Ahora bien, el centro de la epistemología de la cotidianidad -presente en la sociología política crítica- es definir si el resultado electoral obtenido por Nuevas Ideas se va a traducir en un cambio significativo del sistema político salvadoreño a mediano y largo plazo, en tanto que el sistema de partidos que se conformó en El Salvador –a la exacta imagen y semejanza de aquellos- tiene más de siglo y media de vigencia resguardado por los eternos gendarmes de la gobernabilidad: la corrupción y la impunidad. Los dos grandes partidos que construyeron en los últimos 30 años un casi macabro bipartidismo de facto –ARENA y FMLN- han sido desplazados, invisibilizados y depredados (en prácticamente todos los ámbitos de su existencia: institucional-gubernamental, institucional-membresía, intelectual, social, ideológica, cultural y axiológica) por un nuevo partido: Nuevas Ideas, el que bien puede definirse –con lo que actualmente se observa en él- como la masa crítica de la transformación de la cultura política hacia lo democrático o, siendo más audaz en la proyección, puede verse como una pre-izquierda, tal como la que se fue deslindando de los movimientos populares de los años 70.
Y es que, tanto ARENA como el FMLN, entraron en un proceso de extinción de su relevancia histórica a futuro, ya que perdieron bastiones emblemáticos de sus gestiones y los que lograron sobrevivir parecen estar alejándose, poco a poco, del ámbito de afectación de dichos partidos. En un hecho inédito en América Latina –una singularidad sociológica que sólo hasta 2024 se podrá comprobar si no fue un accidente electoral- Nuevas Ideas obtuvo por sí solo la mayoría calificada en la Asamblea Legislativa, ganando así la larga Guerra de Posiciones (para decirlo en palabras de Gramsci), lo cual lo deja con el control de dos de los tres poderes del Estado.
Lo anterior hace que Nayib Bukele disponga a partir del 1 de mayo –con un liderazgo casi hegemónico- de un indiscutido respaldo en el Poder Legislativo y en la opinión de la gente, lo que permite intuir un Poder Ejecutivo fluido y sólido previsiblemente incuestionable, y con un amplio margen de maniobra política, económica y social para impulsar de forma expedita –después de dos años de gobierno con múltiples trabas- su agenda de trabajo libre de restricciones partidarias o de negociaciones complejas –y a veces insolubles- con los partidos de oposición. Ahora bien, el que los partidos políticos otrora grandes hayan quedado muy mal parados en términos electorales y de representación política en lo legislativo y municipal, no significa –per se- que vayan a desaparecer del todo (aunque sean casi irrelevantes en la matemática electoral) y de seguro quedarán haciendo el papel de partidos como el PCN y PDC: buscar algunos cargos para sus dirigentes. Frente a ellos estará un partido político en crecimiento en todas las opciones ideológicas tradicionales (izquierda, centro y derecha), y que tiene múltiples apoyos de los diversos sectores de la sociedad civil y sociedad política, desde políticos tradicionales, hasta intelectuales, sindicalistas y empresarios.
Nuevas Ideas se muestra –hasta hoy- como el nuevo bloque hegemónico en lo político y electoral al cual se le exige que no se llene de tecnócratas y mercenarios de la burocracia con fuerte vocación neoliberal (como la de casi todos los funcionarios anteriores). Y es que si Nuevas Ideas quiere mantener su legitimidad y arrastre debe darle continuidad a lo que Lenin llamó Revolución Democrático Burguesa (cosa que no quiso hacer el FMLN, por obvias razones ligadas a la cooptación) lo que estará fortaleciendo su hegemonía. En estos momentos, lo que hay que esperar (y por lo que hay que presionar como ciudadanos) es que las promesas de campaña se conviertan en verdaderas políticas públicas y en un plan de nación en beneficio, tanto de los sectores populares eternamente excluidos, como de una institucionalidad democrática totalmente diferente que pueda y quiera solucionar los problemas sociales y económicos que aquejan a El Salvador. Si eso sucede –y prácticamente todos esperamos que así sea- entonces sí se podrá afirmar que hemos entrado en una transformación de la lógica política y que no sólo se trata de un simple cambio de diputados y funcionarios en el sistema político fundado a imagen y semejanza de los intereses particulares de los partidos.