¿Deben los salvadoreños condenar los “piropos jayanes” y deben las mujeres aceptar y normalizar el resto de piropos como un halago?
Hace unos días, un usuario de Twitter publicó uno de sus deseos: “Que nuestra generación sea la que extermine la normalización de tirar besos y piropos jayanes a las mujeres en la calle”. La publicación logró más de 300 retuirs y cerca de 2,000 Me gusta.
El usuario escribió parte de la historia que lo llevó a colocar el comentario: “Acabo de ver a unos 8 albañiles estarle tirando besos a una pobre señora, y ¡señora como de 55 años! Es el colmo”, escribió.
¿Deben condenarse solo los “piropos jayanes”? ¿Existe una clasificación de lo que las mujeres deben tolerar y lo que no? La respuesta es no. Los comentarios o “piropos” que hacen sentir incómodas a las mujeres, las expresiones de “afecto” no deseadas o la invasión del espacio personal son solo algunos de los actos con los que muchas mujeres viven a diario, hasta el punto de normalizarse.
El acoso sexual está catalogado por la legislación salvadoreña como una forma de violencia sexual. El Código Penal en el artículo 165 establece: “El que realice conducta sexual indeseada por quien la recibe, que implique frases, tocamientos, señas u otra conducta inequívoca de naturaleza o contenido sexual y que no constituyera por sí sola un delito más grave, será sancionado con prisión de tres a cinco años.
El acoso sexual realizado contra menor de quince años, será sancionado con la pena de cuatro a ocho años de prisión.
Si el acoso sexual se realizare prevaliéndose de la superioridad originada por cualquier relación, se impondrá además una multa de cien a doscientos días multa”.
Esas valoraciones no solicitadas sobre la forma de vestir, el físico, la edad, los silbidos, las expresiones que molestan, normalmente de carácter sexual, o comentarios inapropiados son acoso sexual.
Según el informe “(In)Seguras en las calles” de Plan Internacional, “las chicas sufren acoso sexual diariamente” y ocurre “tan a menudo que lo han normalizado y solo el 10% de las chicas presenta una denuncia”. Este acoso, que en muchos casos de trata de “palabras bonitas”, genera miedo e inseguridad en las víctimas.
Las niñas y adolescentes son las mayores víctimas de una violencia que parece inevitable, como si fuera algo inherente en nuestras vidas. Para los hombres que cometen el delito -para muchos no trata de un delito- es algo sin importancia, pero para la víctima se trata de una humillación, una inseguridad y gran impacto negativo que incluso la llevará a cambiarse de calle, bajarse de un bus, cambiar su rutina, cambiar su vestuario, cambiarse de trabajo o escuela o abandonar sus estudios.
Se trata la forma de violencia sexual contra la mujer más normalizada; por ello, deben condenarse no solo los “piropos jayanes” sino todas aquellas conductas que provoquen miedo, molestia o inseguridad en las mujeres. Nuestra generación no debe ser la que extermine la normalización de tirar besos y piropos jayanes a las mujeres en la calle, nuestra generación debe exterminar todo tipo de violencia hacia las mujeres. Porque el acoso es solo la antesala a delitos mayores.