El dolor y la pena pasan, este año ha sido dolor tras dolor, pena continua. Cada quien se agarró a su propia trinchera, recreó una batalla épica contra sí mismo, por qué sí, volver a casa es una batalla.
Mi batalla personal devino también en el desorden de mis lecturas, piedra angular de lo que soy, de lo que he sido desde que tengo memoria. Mi humor variopinto, mis temores, mi necesidad de tomarme un momento para respirar profundo cada día, durante todos los días que mi encierro duró. ¿Cuánto duró?
El dolor y la pena pasan, este año ha sido dolor tras dolor, pena continua. Cada quien se agarró a su propia trinchera, recreó una batalla épica contra sí mismo, por qué sí, volver a casa es una batalla.
El dolor y la pena han continuado después del encierro, de distintas formas, en este cuerpo al que le duele tanto, y en esta alma que por ratos se siente drenada, vacía. Y quizás, todo eso es el reflejo de esta pequeña selección de mis lecturas a lo largo de este año cruel. De las 35 lecturas parsimoniosas y desordenadas, he rescatado únicamente seis, empiezo:
6. Casas Vacías– Brenda Navarro
Si de definirla en una sola palabra se tratara, solo podría decir que es una historia cruel. Pero matizo un poco, Brenda Navarro (Ciudad de México, 1982) expone con maestría la desaparición de un niño pequeño. Pero este no es un libro sobre desaparecidos; no, es un libro sobre maternidades, sobre la realidad de la miseria latinoamericana, sobre los horrores a los que nos enfrentamos todas. Es triste sin duda, pero necesario.
La novela nos muestra la dualidad entre dos mujeres que coinciden de forma violenta, la primera es madre, tiene todo lo necesario para desarrollar su “rol”; sin embargo, nunca ha sido feliz siéndolo. Y en el otro extremo, está otra mujer, es miserable sin poder concebir, sin tener a su cargo una hija que la “valide”, que le dé una razón de ser.
El desarrollo de toda la historia es un recordatorio brillante de que no todas las mujeres queremos ser madres, así como también, que anhelar la maternidad no nos vuelve mejores personas.
5. Mary Ventura y El Noveno Reino – Sylvia Plath
Se trata de un cuento que en su momento fue considerado demasiado sombrío para las revistas que publicaban el trabajo de la poeta.
Plath es una de las escritoras más atormentadas del mundo literario, con el agravante de su juventud y de una carrera que parecía estar cada vez más cerca de la cúspide. Y a través de este cuento, percudido de metáforas, de lugares comunes entre la ficción y la realidad, nos topamos con una Mary Ventura que se difumina entre lo autobiográfico y la invención, pero que en ningún momento deja de conmovernos y de recordarnos lo tormentoso que puede ser la juventud y querer encontrar nuestro camino.
4. Pájaros en la boca y otros cuentos – Samanta Schweblin
Una sola palabra: «agobiantes», así defino a esta selección de relatos de la escritora argentina. Schweblin es una de las autoras más sombrías que me he aventurado a leer, ninguno de sus libros me ha dejado indemne jamás, siempre me deja el malestar de estar demasiado viva, de ser consciente de toda la mierda que hay afuera, pero a veces, también dentro de nosotros mismos. El ser humano es complejo, lo sabemos ya.
Y con este compendio de veinte relatos, presenciamos desde primera fila una serie de temores, de dolores, de sueños frustrados, así como de pérdidas a las que nos enfrentamos todos los días. Me parece curioso también, que hace tiempo leí una breve reseña en Goodreads, en donde la persona decía que su lectura duró tres horas y fracción y que ninguno de los cuentos lo sorprendió: un meeehh rotundo. Por mi parte, me tardé treinta días con todas sus noches para leerlo, porque a veces ya no podía respirar, porque a veces el dolor era demasiado, o porque simplemente el desánimo me arrebataba el poder de la lectura. Espíritu débil el mío, probablemente, pero lo que sé con total claridad es que leer estos cuentos se vuelve necesario.
Nota: tomen aire antes de leer «Mujeres desesperadas».
3. Las intermitencias de la muerte – José Saramago
En su momento, la definí como una carta de amor bizarra, Saramago ejerce con maestría su capacidad narrativa y nos presenta, de golpe y sin reservas un país anónimo donde el nuevo año empieza con una noticia: la muerte se ha tomado un descanso, nadie, ni siquiera los que estaban a punto de dar su último aliento morirá; se desconocen los motivos, pero la situación se agrava cuando observamos las repercusiones sociales, económicas y políticas que genera “la vida eterna”. Muchos debates podrían salir de esa primera parte de la lectura, pero como soy una cursi sin medida, mi parte favorita es la que sigue, cuando la muerte regresa, cuando tiene que recuperar el tiempo perdido, pero para su sorpresa calcula mal algo, nunca pensó que se enamoraría y es así como «al día siguiente no murió nadie».
2. Los Detectives Salvajes – Roberto Bolaño
No sé cuántos años llevaba esquivando la narrativa de Bolaño, lo conocí poeta y fue de esa forma en que se ganó mi respeto como autor. Sin embargo, este año y haciendo uso de los limitados recursos que poseía durante aquellos días de encierro obligatorio, descubrí con temor, pero a la vez urgencia, al narrador escondido tras Roberto Bolaño, en aquel momento se trataba de «Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce». Y es gracias a ese libro que meses después, y con el corazón roto como bandera, me metí en la prodigiosa novela que lo consagró.
El error que durante tantos años cometí fue creer que Bolaño era un sujeto normal, estos detectives salvajes son poetas, son miserablemente tristes, marginados y abandonados, también tienen veinte años y están más vivos que nunca. Y es así, como capítulo tras capítulo, descubrí que el maldito Bolaño escribe poesía aun cuando está narrándote una jodida novela de más de setecientas páginas (al menos mi edición). Y una vez más a lo largo del año una novela suya me rescató del vacío.
1.El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes – Tatiana Tibuleac
«Mi madre me llevó al campo de girasoles para anunciarme que se estaba muriendo. “Tengo cáncer, Aleksy, un cáncer maligno y rabioso”, me dijo, y el día empezó a coagularse en ese mismo segundo. Su sonrisa de tallos rotos. El verde escurrido de sus ojos. Su blanco de nimbo herido».
Este libro es un delirio, y soy fiel creyente de lo que sus palabras pueden hacerle al lector, lo he recomendado incontables veces. Y puede ser que no esté en condiciones de recomendar una historia que se siente por momentos como propia, porque probablemente tendrá más de una falta, pero es que duele y cura tanto que pienso que todos necesitamos un poquito de su luz.
Yo también tengo una madre muerta, mi madre también tuvo un cáncer jodidamente rabioso y ahora yo tengo una sonrisa de tallos rotos. Mi ecuación es sencillísima, pero también sé que la belleza de esta novela va más allá de lo que a mi me produce, es hermosa pero cruel, terriblemente cruel, su belleza reside en mostrarnos la desesperanza y los temores. En hacernos pensar que, aunque todo está oscuro, y que el verano tarde o temprano se acabará, debemos decir: qué más da, absolutamente todo tiene finitud. Vos y yo, el deseo, el amor, la amistad, lo importante es disfrutar este verano como el último, porque realmente lo es.
Cuántos temores, cuánta muerte y cuántos adioses, pero también cuánto libro hermoso. Ojalá el año que viene tengamos el coraje de enfrentarnos a más lecturas que nos reconstruyan, a silencios, a abrazos de amores valientes, a amigos nuevos y viejos. Ojalá la vida no nos canse tanto.